martes, 16 de noviembre de 2010

Entre trompadas y agarres te veas. Crónicas del Metro Férreo

Viernes 12 de noviembre, 9:35 de la noche. Estación Tepalcates de la línea A del Metro Férreo. Vagones centrales del tren 84. Luego de expulsar a un buen número de usuarios que pegan la carrera en búsqueda de la salida para alcanzar lo antes posible la combi, el microbús o el camión que los acercará a sus hogares, los vagones quedan medio llenos, esto es con un espacio considerable entre los pasajeros.
El señor “X” se encuentra aferrado al tubo cerca de la puerta esperando que se cierre esta a fin de que se reinicie la marcha. De un metro 55 centímetros, complexión robusta, rondando los 55 años, cabello medio largo y con canas que le salpican totalmente la mata, ansía que el férreo se ponga en marcha, pero el anuncio que brota de las bocinas, informando que en unos momentos se retomará el camino, lo hace mover con molestia y de manera negativa la cabeza.
Don “Y”, con más de 65 años que se marcan en los grandes surcos sobre su frente y las largas grietas que recorren su cara, con una complexión delgada y de un metro 50 aproximadamente, llega corriendo y sin más se prende del tubo para evitar que la puerta lo pudiera aplastar en caso de que de manera súbita se cerrara.
No se escucha la alarma que anuncie el cierre de puertas, por lo que la carrera y el esfuerzo de don “Y”, no sólo fueron inútiles, sino que incluso provocaron la molestia del señor “X” pues sin querer lo aventó.
No hubo palabras de por medio, ni de uno disculpándose, ni del otro recriminándole. No, nada de eso, de inmediato se pasó a la acción. “X” agarró con más fuerza el tubo, sacó su codo izquierdo y empujó a “Y”, quien de inmediato se sujeta con más fuerza del pasamanos y se impulsa hacia atrás para empujar a su agresor.
De inmediato se presenta un juego de fuerzas para mostrar la fuerza y la maña de cada uno, codos de uno contra la cabeza del otro, espalda de este contra el pecho de aquel, manoteos y luego las palabras:
“¿Qué traes pendejo?” –suelta don “Y”.
“Pinche viejito, ojete, bájale” –responde “X”.
La puerta sigue sin cerrarse, ambos siguen trenzados en su discusión y en sus aventones y golpes, sin verse de frente y llevando la ventaja “X” pues su posición le permite ver la espalda de su oponente y los ataques que intenta hacer para lastimarlo, sin lograr atinarle aquel de manera eficaz.
De repente la alarma (tuuuuuuuuuuuuuuuu) y las puertas se cierran de golpe. Parece ser el fin del conato. El tren reinicia su camino, sólo había pasado tres minutos de alto total. Todos los que compartían el espacio de los peleoneros se reacomodaron para continuar el viaje, la función, al parecer, había concluido.
Pero no fue así, apenas el tren había abandonado la estación para dirigirse a la de Guelatao, cuando  reinician los empujones, codazos y manotazos entre “X” y “Y”, y sin más se ponen de frente para iniciar una pelea en forma en pleno vagón.
De manera mágica se abre un espacio en donde al parecer no cabían más personas. Los golpes secos de uno contra otro son lo único que se oye. El tren sigue su marcha. Los gladiadores no se dan tregua. Se jalan, se empujan se aferra un o del suéter  mientras el otro busca la chamarra del oponente.
Vamos a medio camino para llegar a la estación de la Cabeza de Juárez. Ninguno cae. Los dos buscan tirar al otro. Están correosos, no en vano la experiencia en la gresca callejera, eso se nota de inmediato. Uno suelta un “soplamocos”, el otro le da un golpe de “matamarranos”, dirían los cronistas de la lucha libre. Pero no hay sangre.
El espectáculo es bueno, no pasa más de un minuto. Los aventones entre  contendientes terminan afectando al resto de los pasajeros, que ven incrédulos la batalla. Estamos pasando frente al Hospital del IMSS de Zaragoza y de repente alguien reacciona e interpone su brazo entre los peleadores, ante esto otros más reaccionan y les dicen a ambos que “ya estuvo”,  “ahí muere”, “ya, calmados”.
Los luchadores reaccionan y aunque quieren seguir, aceptan las indicaciones y se medio calman. El esfuerzo fue mucho. La respiración de ambos es agitada. Bufan de coraje, de frustración y, por qué no, de temor.
Don “Y” se acerca a su oponente, “ya bájele don”, le dice; “sólo quiero mi maleta”, dice señalando y hacia el piso. Se la dan y se la cuelga al hombro derecho. Su mirada se fija en “X”; sus mandíbulas se mueves de manera rápida triturando el chicle, aquel que no perdió durante la gresca. Todos se dan cuenta que ganas no le faltan para irse sobre su contrincante.
En tanto, “X” esta aferrado nuevamente en el tubo cercano a la puerta del vagón. No muestra la cara, sólo ve cómo el tren arriba a Guelatao, viendo a la gente agolpada en la estación para subir y continuar su ruta. Al abrirse la puerta sale disparado rumbo a la escalera, no voltea, sigue sin más y se pierde en la bola que forman los usuarios que salen.
Molesto “Y” sólo lo ve irse. Mueve la mandíbula como queriendo acabar con el chicle. La puerta se cierra y el tren avanza para seguir su camino. Se lleva la mano a la nariz y luego a la boca, no hay sangre, sólo un poco de dolor y coraje, un coraje que enmarcará el inicio de su fin de semana largo con motivo del 100 aniversario de la Revolución Mexicana.

viernes, 12 de noviembre de 2010

¡México lindo y… secuestrado! Cuando la incapacidad prevalece y la población sufre

Tan solo escuchar o leer la palabra secuestro puede generar en nuestro inconsciente una reacción de temor, frustración, enojo e incertidumbre, pues al conocer de tantos casos sabemos que no podemos estar  a salvo de vivir este calvario, pues quienes lo ejercen han ampliado su accionar hacia todos los sectores de la sociedad sin distingo de condición social y económica, pues su único fin es obtener dinero sin mayor esfuerzo.
Sin embargo, aquí la pregunta puntual es ¿por qué no se ha logrado combatir este grave delito y no se han encerrado a todos esos criminales?
La respuesta la podemos encontrar de manera simple en cualquiera de los relatos que nos presenta de manera puntual Humberto Padgett en su libro “Jauría. La verdadera historia del secuestro en México”: Porque en prácticamente todos los casos conocidos de los grandes secuestradores han estado involucradas las autoridades de una u otra manera para que operen sin ningún problema.
Realizando una investigación periodística de gran alcance, el autor nos da detalles de varios casos de secuestros contados por las víctimas que lograron sobrevivir a un secuestro, en menor de los casos con las graves consecuencias psicológicas por las agresiones que sufrieron durante su encierro, y en otros con mutilaciones que les recordarán siempre el suplicio sufrido.
Dichos relatos son tan detallados que prácticamente los podemos reconstruir conforme recorremos las líneas y los párrafos de esta obra periodística, pero también nos llevan a sentir por un lado la impotencia que enfrentaron estas víctimas, así como un odio, sí, un odio profundo en contra de los Arizmendi, Caletri, los Víbora, los Montante y otros rufianes, que no obstante haber privado de su libertad a estas personas, arremetían contra ellas con insultos, golpes, ultrajes, violaciones, mutilaciones y asesinatos, sin el menor arrepentimiento.
Pero también Padgett nos presenta de manera cruda y fría las narraciones que estos criminales hacen de algunos de los secuestros que realizaron, la manera en como los planearon y los llevaron a cabo, la presión que ejercían vía telefónica sobre los familiares para que les dieran el dinero que exigían por liberar a sus seres queridos, así como la forma en cómo los trataban durante su encierro.
De la misma manera, hay un elemento fundamental en este libro Editado por Grijalbo y es que en cada uno de los casos el autor nos muestra las redes de complicidades que cada uno de los grupos de secuestradores han tejido con elementos de las fuerzas policiacas tanto del Distrito Federal como de los estados de la República, así como de las dependencias federales, que se suponen son quienes nos deberían de proteger, para poder operar de manera impune y, en caso de que algunos de sus miembros fueran detenidos, liberarlos mediante jugosos pagos.
Y hay más. El periodista nos relata de manera puntual cuántos de estos criminales ya habían sido detenidos por diversas fechorías, incluidos los secuestros, y cómo prácticamente todos lograron salir de su encierro, ya fuera a través de fugas, argucias legaloides implementadas por los abogados que sobornaban a algunos juzgadores e incluso, en el colmo de la desfachatez, por beneficios de excarcelación otorgados por los gobernantes, debido a la buena conducta que mostraban durante su encierro.
Luego de leer este libro y conocer el daño tremendo que han causado estos maleantes tanto a las personas que en lo individual lo sufrieron, así como sus familias, amén de la sociedad misma, sólo nos queda exigir que se haga algo por parte de nuestras autoridades para que se termine realmente con este delito.
Así, si se quiere tener un panorama más amplio de lo que representa el secuestro, la forma en cómo se ha desarrollado en México y conocer los entretelones que han permitido no sólo la proliferación del mismo, sino también el crecimiento desmedido de estas bandas, esta obra te lo dará de manera puntual.
Pero eso sí, debes prepararte para asimilar los crudos relatos que se nos presentan y estar consciente de que por más que lo parezcan, los hechos no forman parte de una novela de ciencia ficción, sino de casos reales, que de tan sólo leerlos podrán generar diversas reacciones, pero creo que la siempre prevalecerá es la del odio en contra de esa jauría.